Las personas ancianas son un patrimonio de memoria y, a menudo, depositarias de los valores de toda una sociedad. Las opciones sociales y políticas que no reconocen su dignidad como personas se vuelven contra la sociedad misma. Como decía el papa Francisco en su Audiencia General del 4 de marzo del 2015: «La Iglesia no puede y no quiere conformarse a una mentalidad de intolerancia, y mucho menos de indiferencia y desprecio, respecto a la vejez». Más bien, ve a los ancianos como un don de Dios, una riqueza para la comunidad, y considera su atención pastoral como tarea importante.